Diseño sonoro

(*)

Max Neuhaus

Nuestros oídos nos proporcionan permanentemente informaciones que son indispensables para nuestra supervivencia, tanto a nivel intuitivo como intelectual. Nos informan acerca de acontecimientos en nuestro entorno que no podemos ver y nos brindan, a través del habla, los conocimientos que necesitamos para poder funcionar. A pesar de ello muchos consideran que el sentido de la audición no es importante. A lo sumo piensan que es tan importante como el sentido del olfato, pero de ninguna manera tan importante como el sentido de la visión.

Sabemos que lo que oímos influye sobre nuestra imagen de la realidad tanto como lo que vemos - y a veces incluso más. En una película, por ejemplo, una escena puede evocar emociones totalmente opuestas si solamente le cambiamos la banda sonora. Comprendemos el sonido como la verdad y éste determina lo que vemos. Sería extraño que no sucediera lo mismo en la vida real.

El ojo y el oído humanos son sensores altamente desarrollados que utilizamos para la comunicación por medio del habla. La pregunta acerca de si el ojo es superior al oído, o al revés, es una falsa oposición. Es la vieja historia de las manzanas y las peras. Una manzana dará una mala pera, y una pera dará una mala manzana. El ojo puede cosas que el oído no puede. El oído puede cosas que el ojo no puede. La percepción visual y acústica se complementan. No se plantea una cuestión de supremacía. El ojo y el oído sencillamente se complementan.

No obstante, discuto a menudo con personas, que insisten en que el ojo es superior al oído. Me resulta difícil no sonreir. Mientras mis interlocutores disminuyen la importancia del oído, se olvidan completamente de que sin él sus argumentos no tendrían efecto.

Nuestro sentido de la audición funciona ampliamente al nivel de lo inconsciente. Pero eso no significa que el oído reaccione de manera menos fuerte o sensible a su entorno que el resto de los sentidos.

* * *

Aunque no es uno de los puntos centrales de mi trabajo, desde hace muchos años me ocupo del papel del sonido en nuestra sociedad. En 1974 defendí en un artículo en el New York Times una posición aparentemente radical, al atacar incisivamente concepciones ingenuas sobre el sonido en nuestro medio ambiente. Con ese artículo estaba reaccionando a un panfleto de los funcionarios de protección del medio ambiente de Nueva York que tenía por título "El ruido enferma". En un lenguaje pseudomédico se condenaban ruidos de todo tipo como nocivos para la salud e incluso se afirmaba que la mera audición es dañina.

Yo contesté con el artículo "La propaganda anti ruido hace ruido", que terminaba con las siguientes palabras: "Naturalmente necesitamos fases de reposición de los estímulos acústicos, tanto como de los visuales. Naturalmente necesitamos una esfera acústica privada, tanto como necesitamos una visual. Pero si silenciamos nuestro entorno público, deberíamos también pintarlo consecuentemente de negro. No hay duda de que nuestros ojos están para ver, al igual que nuestros oídos están para oír." (**)

Precisamente a partir de la propia definición de ruido (Lärm) como "todo tipo de sonido (Geräusch) no deseado" es que dicha propaganda producía ruido (Lärm). Al declarar todo ruido (Geräusch) como indeseado, estaba produciendo ruido (Lärm), allí donde antes no lo había. (+)

A pesar de que los argumentos no son muy meditados y de que los hechos fueron expuestos exageradamente, es sorpredente cuán tozudamente se mantiene dicha concepción. La vaga idea de que el sonido no hace bien ronda en la mente de la mayoría de las personas - junto con tantas otras contradicciones. Los pocos ruidos en nuestro medio ambiente que producen verdaderos daños corporales son conocidos. Pero si estamos firmemente convencidos de que el sonido nos puede dañar psíquicamente, seguramente podrá hacerlo.

El rechazo de los ruidos, especialmente entre los habitantes de las cuidades, es contradictorio con el hecho de que se considere, en general, que el sentido de la audición no es un sentido particularmente importante. Este rechazo resulta mayormente de que no podemos controlar nuestro medio ambiente acústico de la misma manera en que podemos controlar nuestro entorno visual. Es fácil aislarse ópticamente del mundo, pero no es fácil hacerlo acústicamente.

Responsable de este control insuficiente es la falta de conciencia acústica de muchos arquitectos, que piensan demasiado acerca del aspecto visual de un edificio y demasiado poco acerca de su comportamiento acústico. A ello hay que agregarle que la contención sonora, al igual que la protección de la vista, cuesta dinero, y que un edificio sin esta componente invisible brinda mayores beneficios. En consecuencia se construye de manera acústicamente transparente. El comprador se da cuenta de ello la mayoría de las veces cuando ya es demasiado tarde. Porque ¿quién se pone a escuchar una vivienda?

Pero los sonidos y los ruidos no pueden hacer nada en contra de ello y por lo tanto no debería echárseles la culpa.

Otra opinión contradictoria y extendida acerca de la nocividad del sonido tiene que ver con el efecto positivo de los sonidos naturales: la civilización genera sonidos malos, la naturaleza genera sonidos buenos.

Las barreras acústicas que se extienden a lo largo de las modernas autopistas son un buen ejemplo de esta postura ambivalente. A una determinada distancia es imposible distinguir entre el sonido de una autopista y el de una cascada. Suenan igual. No obstante, invertimos millones en la construcción de barreras acústicas contra una fuenta sonora y millones en viviendas que se erijan tan cerca como sea posible de la otra.

Por supuesto, si se habita directamente junto a la autopista la diferencia es claramente audible y el ruido de los autos se percibe como molesto. Pero quizás deba ser así. Quizás el oído quiera advertirnos de que el aire que respiramos es allí particularmente insano. Quizás esas barreras acústicas sean todo lo contrario a una buena solución, sino apenas una de las tantas ideas "verdes" que hemos incorporado - en este caso, a fin de incrementar el valor de mercado de terrenos en los que en realidad ni siquiera deberíamos habitar.

En el fondo lo que nos molesta no es el sonido sino su mensaje. Reconocemos cosas que oímos tan fácilmente como cosas que vemos, pero normalmente de manera menos consciente. Los sonidos nos proporcionan permanentemente mensajes que a veces no queremos oír. Pero no deberíamos olvidar que los mensajeros no tienen la culpa de los mensajes que portan.

En discusiones acerca de los sonidos y ruidos en nuestro entorno cotidiano se trata a menudo de un "volver a la naturaleza" o del viejo y querido tiempo pasado, en el cual todo era natural y tranquilo. Los únicos ruidos artificiales son, en consecuencia, los de los buenos tiempos pasados. Como vimos anteriormente, quizás las consecuencias de esta forma de pensar no sean tan innocuas como parecen en una primera instancia.

Una y otra vez me sorprende nuestra ingenuidad acústica en comparación con el resto de nuestra cultura. Por suerte las artes plásticas nos brindan una analogía para escapar de la trampa en la que estamos encerrados. Desde hace siglos los pintores nos muestran que la naturaleza no es la única fuente de nuestros motivos. En una ciudad hay tantas cosas interesantes para oír como para ver. Por medio de la nostalgia no vamos a superar los verdaderos problemas acústicos de la sociedad moderna.

* * *

¿Qué se podría hacer entonces? En primer lugar podríamos articular inteligentemente los problemas y, quizás, dejar de lado algunas concepciones erróneas, superar contradicciones y transmitir a la más amplia opinión pública lo que es el sonido y lo que significa para nosotros. Con ello estaríamos proporcionando los argumentos para cuestionar el orden establecido.

En segundo lugar podríamos realizar acciones más directas. En los años 80 me ocupé del problema de las sirenas de los vehículos de emergencia en las ciudades. Los puntos centrales del proyecto eran: cómo generar señales que puedan ser localizadas en el espacio urbano, a efectos de que las personas reaccionen correctamente cuando oyen una sirena; cómo generar señales que permitan que los conductores de vehículos de emergencia se oigan unos a otros cuando las sirenas estén encendidas, a efectos de evitar colisiones; y cómo generar señales que podamos soportar más fácilmente, porque tienen autoridad sin ser autoritarias. (***)

El proyecto tenía un propósito claro. Con los conocimientos técnicos que había adquirido en mis proyectos sonoros pretendía solucionar un problema que para mí era serio. Por eso me sorprendió que otros creadores culturales interpretaran mi proyecto como arte. Mi sorpresa se transformó en molestia cuando lo denominaron "Sinfonía urbana" - como si por ser artista o compositor uno estuviera condenado de por vida a no producir otra cosa que no sea arte. Yo no creo estar componiendo cuando hago un huevo frito, sólo por el hecho de que allí se produce un sonido.

El proyecto de las sirenas tuvo un efecto secundario inesperado. En el intento por convencer a la gente de la necesidad de un sistema mejor de señales para los vehículos de emergencia, me enfrenté a todo tipo de concepciones erróneas imaginables acerca del sonido. Una estaba particularmente extendida. En nuestra sociedad los ruidos artificiales son inevitables. Detrás de esa postura se encuentra la convicción implícita de que no hay alternativas, de que no podemos cambiar nada.

Pero en realidad sucede todo lo contrario. Los ruidos artificiales en nuestro medio ambiente son a menudo apenas productos secundarios de una postura fundamental sumamente extendida. Nadie se preocupa acerca de si algo produce o no un ruido, y si lo hace, no se presta atención a cómo suena.

¿Por qué partimos del supuesto de que todo ruido dado es inevitable? Quizás porque hasta hace poco no teníamos los medios ni el conocimiento para estructurar activamente el sonido. Las técnicas de grabación existen recién desde hace sesenta años. Antes de eso, un sonido había desaparecido antes de poder capturarlo e investigarlo. Por eso es comprensible que todavía consideremos el sonido como algo inasible e inmodificable. Pero hoy no sólo podemos capturar los sonidos, sino también analizarlos y observarlos desde distintos puntos de vista. Y podemos estructurarlos casi de la manera que queramos, tanto a los sonidos como a sus fuentes.

Volvamos a la autopista. El punto de partida de la solución para disminuir el ruido no consistió en una transformación del ruido, sino en la implantación de barreras contra él. ¿Por qué no concentrarse en la causas del ruido, en lugar de construir barreras? ¿Por qué nadie nunca intentó construir cubiertas que generaran menos ruido? Al fin y al cabo, una buena adhesión al piso y el ruido no están unidos inseparablemente.

Mi trabajo en el proyecto de las sirenas me brindó la posibilidad de demostrar que no tenemos por qué aceptar como inevitables ni siquiera los más odiosos ruidos de nuestra vida. El sonido hace algo, y nosotros podemos hacer algo con el sonido.

* * *

No tenemos por qué aceptar tal cual es nuestro medio ambiente acústico. Como expertos en el campo deberíamos comenzar lentamente a asumir parte de la responsabilidad e implementar acciones directas para determinar qué tipos de sonidos debe sorportar el resto del mundo.

Pero tales aspiraciones tienen también su malicia, como se comprobó con la mala interpretación del proyecto de las sirenas. Es prácticamente natural que muchos novatos en el diseño acústico provengan del campo de la música. Al fin y al cabo extraemos de la música nuestro más alto conocimiento acerca de las reacciones de las personas frente a los sonidos, sean éstas cuantificables o no. El peligro consiste en separar dicho conocimiento del arte, asumiendo que es posible aplicar la música a las señales acústicas cotidianas. Citar frases musicales, sean populares o vanguardistas, cuando arriba un tren o cuando aguardamos más bien pacientemente una conexión telefónica, no significa otra cosa que continuar con los errores del "muzak" (****). El gusto musical es algo muy personal. Lo que para unos es buena música, para otros es precisamente muzak.

De manera análoga, la exposición de problemas acústicos medioambientales transforma en inofensivos tanto los problemas como el arte, si se la utiliza como mero pretexto para formas de expresión artística de todo tipo. El arte no es un vehículo demasiado efectivo para superar las penosas situaciones sociales, sino que tiene un objetivo mucho más alto en nuestra cultura. No obstante, a menudo artistas que no tienen nada que decir recurren a un problema social como sustituto seguro de lo anterior. Se esconden detrás de una temática y creen estar seguros de que no es posible atacarlos sin atacar también a la temática. La caricatura de un político o una tira cómica en un periódico pueden ser un medio muy eficaz para el cambio. El mismo tema, expuesto como una palabra en medio de una pantalla, no produce ningún efecto. Solamente aumenta la vanidad de su "creador" y de los espectadores.

Deberíamos resistir la tentación de utilizar nuestros problemas acústicos medioambientales, muy reales y prácticos, como medio de expresión artística o, peor aún, como escalera para nuestra carrera. Si no lo conseguimos terminaremos viviendo en un mundo lleno de "sonidos de diseñadores", en lugar de en un mundo en el cual el diseño sonoro cumpla su función. Mi odisea con los vehículos de policía y de bomberos duró, con interrupciones, doce años. Creo haber hecho de mi parte más de lo que estaba a mi alcance. No obstante, quisiera dar a quienes en el futuro se atrevan a ingresar al campo del diseño acústico, algunas ideas en torno a tres ejemplos que podrían cambiar sustancialmente la imagen sonora del mundo.


El motor de dos tiempos

En algún momento a mitad de los años setenta tuve una "revelación". En la calle me superó una moto muy ruidosa sin silenciador y yo tuve de golpe claro que esta espantosa ventosidad mecánica es uno de los ruidos más extendidos en esta tierra.

Se ven inofensivas, estas motocicletas del tercer mundo. Pero su ruido, generado por el más primitivo de todos los motores, el motor de dos tiempos, penetra en los entornos más variados. No sólo en las ciudades, sino también como sierras mecánicas en las selvas, como motores fuera de borda y motos acuáticas en lagos y playas vírgenes, como motos para motocross y móviles para la nieve en los espacios más salvajes y como máquinas de cortar pasto y aspiradoras de hierba incluso en los suburbios verdes de los EEUU. Si pudiéramos liberarnos del motor de dos tiempos muchos lugares del mundo sonarían distinto.

En el segundo ejemplo se trata de un diseño mal hecho.


La señal de advertencia de marcha atrás de los camiones (*****)

La idea en si misma es buena. Apenas un camión pone la marcha atrás suena una señal de advertencia para peatones que puedan encontrarse fuera del campo de visión del conductor. Pero la realización técnica es defectuosa. Aún cuando la señal de advertencia sólo es útil para quien se encuentre a uno o dos metros detrás del camión, es tan fuerte y estridente que penetra los oídos a varias cuadras de distancia.

Es evidente el pensamiento simple del constructor. Seguramente tomó su Helmholtz del estante (que no había agarrado desde las clases de física en el "college") y consultó la respuesta de frecuencia del oído humano. La curva muestra claramente que el oído reacciona de manera más sensible alrededor de los 1.000 Hz. ¡Eureka! Tomemos una señal senoidal de 1.000 Hz con 110 dB. ¡El sistema será totalmente seguro!

Cada vez que oigo un camión marcha atrás, veo ante mis ojos a un idiota tratando de matar moscas con un martillo. Pensando y experimentando un poco podría haber encontrado un sonido que se diferencie del ruido del tránsito y sólo sea audible allí donde es necesario.

El último ejemplo muestra un error en si mismo en la utilización de sonido.


El jueguito con las alarmas de los autos

Hace quince años que sigo este jueguito.

Funciona más o menos así. Un vendedor abre un comercio (quizás incluso bajo el sistema de franquicias) de equipos de audio de alta fidelidad para autos y sistemas de alarmas. Un cliente entra en la tienda. El vendedor lo bombardea con informaciones técnicas y lo convence de comprar un sistema de alta fidelidad, que alcanzaría para amplificar un pequeño estadio de fútbol. También vende sistemas de alarmas para autos, pero no intenta venderle uno al cliente.

Una semana después el cliente vuelve bañado en lágrimas. Alguien se robó el aparato (esperemos que para usarlo como sistema de amplificación en un pequeño estadio de fútbol), y quiere comprar un equipo nuevo. No hay problemas, el vendedor tiene uno igual en el depósito. Pero esta vez... "¿Sabe Usted? Tengo este sistema de alarmas que es super fuerte. Le garantizo que despierta a los muertos. Los ladrones se asustan y tienen miedo, y además se lo oye bien lejos, no importa dónde se encuentre Usted en ese preciso momento." Ahora entendemos por qué el vendedor no intentó vender la primera vez un sistema de alarma. De esta manera vende dos monstruos de alta fidelidad y, la segunda vez, la alarma se vende sola.

El mundo está otra vez en orden para nuestro cliente y decide pasar la noche en la discoteca. Busca una tranquila calle residencial donde estacionar, en la cual nadie robará su nuevo juguete, enciende la alarma, cierra e ingresa al cielo de los 120 dB. Aproximadamente a medianoche un viejo tonto, que tomó demasiada cerveza, choca al estacionar con su parachoques. Se desata el infierno. El pobre tonto casi sufre un infarto y los aledaños están aún despiertos a las cinco de la mañana cuando nuestro cliente sale de la disco. Después de seis horas de música house a 120 dB directamente no es capaz de oír el ruido, así que va a la siguiente disco y baila un par de horas más. Los aledaños siguien oyendo el ruido, pero lo consideran inevitable.

La alarma de autos se ha convertido en un símbolo de estatus, particularmente los modelos que suenan durante un par de segundos cuando se abre la puerta. Todos se dan vuelta y miran. Me parece fascinante cuando el mismo propietario entra en pánico y no encuentra el botón para apagarla.

Estos sistemas tienen poco sentido en la protección de la propiedad. Una alarma silenciosa que informe a la policía es mucho más eficaz que una sirena estridente y brinda, al menos, la posibilidad de atrapar al ladrón. Ni siquiera la policía hace algo cuando en la calle un auto con luces intermitentes produce ruidos fuertes y voluntariamente feos. Uno sólo se enoja. ¿Por qué esa persona tiene derecho a transferirnos su problema? Debería estar prohibido por ley.

* * *

La mayoría de las personas no reflexionan acerca del sonido. Pero el hecho de que no seamos conscientes de él no significa que no sea importante para nosotros. No obstante, significa que es sumamente difícil aportar argumentos acerca de su importancia en nuestra vida. Y podría significar que muchas veces no seamos conscientes de lo que nos molesta verdaderamente.




(*) M. Neuhaus escribió este artículo como reacción al área temática "ecología sonora" en el simposio "Zeitgleich".
Traducción: Grupo Paisaje Sonoro

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(**) Fue publicado en el New York Times el 6 de diciembre de 1974.

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(***) En 1991, como resultado de su proyecto de las sirenas, Neuhaus recibió la primer patente por un sonido. Ver "Sirena - diseño aural" (holandés y alemán), Kunst und Museum Journaal, Tomo 4, Número 6, 1993, Amsterdam; y "Sirena" (alemán) y "Escuche" (alemán), Welt auf tönernen Füssen, Schriftenreihe Forum, Tomo 2, 1994, Göttingen.

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(****) "Muzak" es el término más general usado en los EEUU para la música de fondo.

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(*****) Esta señal es obligatoria por ley para los camiones pesados en los EEUU.

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(+) N. del T.: En alemán existe una distinción entre "Geräusch", que refiere más bien a características físicas estructurales del sonido, y "Lärm", que refiere más bien al efecto, generalmente indeseado, que algunos sonidos producen. En español ambos se traducirían como "ruido".

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